Bienvenidos a la gran fiesta, uno por uno, todos empiezan a llegar al gran encuentro, algunos bostezando agarran a sus hijos medio adormilad...

17:33 by Unknown
Bienvenidos a la gran fiesta, uno por uno, todos empiezan a llegar al gran encuentro, algunos bostezando agarran a sus hijos medio adormilados. Esperando conseguir su premio al final del día.

Ya conformada la fila muy pegada a la pared, un silencio perturbador estremece las conciencias de todos dejándolos pensativos, silencio que es roto por algunos niños, que no saben siquiera el motivo de su presencia. El frió crudo e inconsciente y su ataque despiadado, mucho peor que recibir una golpiza por algún borracho, el dolor en los dedos producido por el clima del altiplano empieza a hacer presencia en los clientes.

7:30 al fin, se abre la oficina del SEGIP (Servicio General de Identificación Personal), al mismo tiempo sale el sol empezando a calentar las mejillas pálidas de algunos ancianos, los niños parecen no sentirlo. ¿Acaso serán así todos los días? Sale un señor, enérgico, bien vestido y con lentes, indicando que solo se atenderán 160 personas por hoy siempre y cuando estas cuenten con sus respectivas boletas de banco, ya que solo hay dos mesas que atiendan las necesidades de más de un millón de habitantes y que por favor los demás tengan la amabilidad de irse a sus casas y no molestar por el día de hoy.

“Más de una hora haciendo fila para sacar mí cédula de identidad y solo avance tres metros” es el comentario de miles de personas que no llegan a ser escuchadas por alguna razón, al interior de las oficinas existe un ambiente de desesperación e inquietud por la lentitud de la atención. Personas de la tercera edad sufriendo el “trato preferencial” que muy pocas veces se aplica, personas con capacidades diferentes, sufriendo la agonía de un ciudadano común, solo aquel que intento hacer prevalecer esos derechos constitucionales producidos por la lucha social pudo gozar el beneficio de ser echado amablemente. El ex defensor del pueblo don Waldo Albarracín alguna vez hizo una analogía del funcionario público, los llamaba: “PEJEREYES, pequeños renegones y se creen que son los reyes".

Medio día, hora de un buen almuerzo familiar, esa exquisitez preparada por las madres o por lo menos algo similar. La hora indicada para descansar después de una mañana cansadora y aún así, muchos disfrutan el “pan nuestro de todos los días”, mas de cien inocentes cada día que buscan lo mismo, un carnet.

Niños agotados de tanta espera, con solo ver sus caritas se percibe la misma expresión que un privado de libertad en la famosa prisión de Guantánamo en EEUU, cargando el castigo impuesto por sus padres solo para poder conseguir la tan preciada Cédula de Identidad, que ni si quiera es para ellos. Y a todo esto ¿para qué son los carnet?, lo único que se sabe, es que para ser considerado ciudadano y gozar de todos tus derechos, era necesario contar con  ese pequeño trozo de plástico que además lleva tu foto. Un bello regalo de la democracia.


14:57, por fin le entregan el carnet al último prisionero de la burocracia, aquel reluciente, brilloso y esplendido plástico que sirve a muchos para ser considerado un individuo con derechos y deberes, perteneciente a una pequeña porción de tierra de este mundo tecnológicamente burocrático.
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Por: Rudy Guarachi Cota (Rudev Nebo)
(https://twitter.com/rudevnebo)

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