Entre La Paz y el Altiplano
Cuando en 1954 yo pasé por El Alto de La Paz por primera vez, ni me di cuenta. Consistía en sólo unos cuantos galpones y casitas al final del inmenso altiplano, que se quebraba de golpe en La Ceja, a unos 4.100 metros de altura para bajar vertiginosamente hacia el río y la ciudad de La Paz que se desliza de los 3.700 a los 3.200 metros de altura, como otro de Cañón del Colorado lleno de edificios en el fondo y, en ambas laderas, con casitas casi colgantes de ladrillo rojo desnudo.
A fines de la Colonia (1780-81), aquella Ceja ya había cobrado notoriedad por haber alojado a decenas de miles de rebeldes aymaras quienes, liderados por Julián Apaza “Tupaj Katari” y su esposa Bartolina Sisa, mantuvieron cercada a La Paz durante seis meses, con gran hambruna y muerte en los sitiados, hasta que fueron dispersados por las tropas españolas llegadas de Lima y Buenos Aires. Aquel cerco ha quedado hondamente grabado en el subconsciente colectivo, con un síndrome de culpa y miedo en los descendientes de los sitiados; y como un modelo y bandera de lucha en los aymaras, a pesar de que entonces salieron derrotados.
En 1985 El Alto fue declarado municipio independiente de La Paz, desde 2007 ya la supera en habitantes y en 2011 probablemente ya pasa del millón, más de 300 veces su población de 1950. Pese a ser ya la segunda ciudad más poblada de Bolivia (después de Santa Cruz) y a que su índice de desarrollo humano (IDH) ha subido del 0,59 en 1992 a 0,66 en 2005, ocupa todavía el lugar 47 entre los municipios del país, bastante por debajo de todas las capitales departamentales y otras ciudades menores. Pero está cambiando. En los 80 prevalecían aún por mucho las viviendas o cuartitos de una sola planta; ahora ya se van multiplicando nuevos edificios de pisos, algunos con un art nouveau único de El Alto, que de abajo arriba combina tiendas, viviendas, luminosas salas de fiestas y, a veces, una lujosa vivienda chalet en la parte alta (ver fotos).
En el último censo, de 2001, el 74% de la población de El Alto se autodefinía como aymara, aunque los que seguían hablando esta lengua eran sólo un 48%, porque las generaciones jóvenes, nacidas o criadas ya en la ciudad no tienen incentivos para usarla. La gran mayoría son dueños de sus propios lotes, sobre los que fueron construyendo sus viviendas, hay mucho autoempleo y empresas casi familiares.
El Alto ha ido fortaleciendo así su identidad diferenciada de la de La Paz, a la que simplemente llaman “La Hoyada”. Pero ambas juntas siguen siendo una metrópoli unitaria, la mayor del país, con una interdependencia muy fuerte y estructural entre ambas. Los días laborales bajan y retornan quizás 200.000 alteños, abarrotados en miles de minibuses de El Alto a La Paz. Los domingos El Alto y sus minibuses, junto con otro flujo notable que sube desde La Paz, van a la inmensa y polifacética Feria 16 de Julio que ocupa unas 70 o más manzanas y donde se venden “desde alfileres hasta Volvos”. El Alto es el embudo de comunicación terrestre y aérea por el que entran y salen todos los viajeros de y a La Hoyada de la Paz. Si ésta es el corazón político del país, El Alto sigue siendo su pulmón. La burocrática La Paz está avejentada; El Alto es un adolescente en ebullición. En momentos clave paceños y alteños se han unido como “un solo corazón”, para decidir juntos la suerte política del país.
Pero todo esto representa sólo la mitad de las funciones clave de El Alto. La otra mitad son sus persistentes lazos con el inmenso altiplano aymara. Ningún censo ha averiguado cuánta gente mantiene doble residencia en la ciudad y en el campo, pero es evidente que, a nivel familiar, sigue habiendo muchos lazos entre ambos lugares. Salvo en lugares claramente inapropiados, el altiplano no se vacía, sólo frena o estanca su crecimiento, repartiendo a familiares entre el campo y la ciudad, como si ésta fuera otro “nicho productivo y social complementario” (y, por cierto, privilegiado), dentro de la ancestral estrategia andina de combinar el acceso a diversos microclimas para garantizar la sobrevivencia.
Han surgido así los “residentes” como una nueva categoría social muy importante para el campo; así se llama no a los que siguen viviendo en cada comunidad sino más bien a los que “residen” ya en la ciudad. Muchos de ellos organizan ahí sus asociaciones según su lugar de origen y siguen vinculados con sus comunidades originarias. Una ocasión son las celebraciones familiares, en las que sellan parentescos rituales que, a su vez, son fuente de numerosos intercambios, derechos y obligaciones mutuas. Saben también que si cumplen sus diversas obligaciones comunales, incluido el desempeño de cargos comunales y ser prestes de fiestas, mantienen su derecho a algunas parcelas de terreno de cara al futuro. Desde que, con la ley de Participación Popular de 1994, los municipios rurales tienen muchos más recursos, algunos participan además como candidatos a alcaldes y munícipes. Bastantes municipios rurales del altiplano mantienen incluso una segunda sede informal en la ciudad—que puede ser el propio domicilio urbano del alcalde—para atender asuntos de paisanos residentes.
Estos orígenes rurales de muchos alteños ayudan a su vez a entender el peso que en El Alto tienen las “juntas vecinales,” desde los o las “jefes de calle” y la junta de cada zona, barrio y villa, hasta la poderosa FEJUVE (Federación de Juntas Vecinales) de El Alto, que agrupa a más de medio millar de juntas: son como la versión urbana de la comunidad rural. Algunos barrios se formaron incluso inicialmente con gente de un mismo origen geográfico u ocupacional (ej. barrios mineros) y, aunque con los años, se mezcla ahí gente de otros muchos orígenes, puede que su junta siga controlada por gente antigua que refleja aquellos inicios. No hay sector alteño cuyos vecinos no formen parte de alguna asociación de vecinos. Por ello, en medio del caos con que van surgiendo nuevos barrios y servicios básicos en El Alto, no podemos hablar de anomía, como se dice en otras grandes concentraciones urbanas del continente.
Pese a sus muchos conflictos, prebendas, estafas, etc. estas juntas son reconocidas por todos como su autoridad natural. Son las que catalizan obras, servicios, etc. e incluso protestas frente a autoridades municipales u otras instancias públicas por no cumplir lo prometido; muchas veces resuelven asuntos locales de convivencia y son las que se organizan para poner coto a las fechorías de pandilleros y ladrones. Abundan los muñecos colgados de un poste para prevenir y ahuyentar a los posibles ladrones. Cuando alguien nuevo llega a un barrio tomará sus recaudos para ganar “su derecho de piso”, por ejemplo, visitando y entregando unas cajas de cerveza a las autoridades de su nueva junta de vecinos.
Como en el campo, en El Alto hay también permanentes fiestas y celebraciones. Sorprende la cantidad de locales viejos y nuevos existentes en El Alto para fiestas, recepciones, comidas, bailes o cultos. Y, pese a ello, las principales calles tampoco son sólo son para transitar. Son también el lugar público obvio para celebrar y bailar, desfilar, vender, bloquear y protestar...
Pero no siempre ni a todos ocurre así, por lo que—a diferencia de las comunidades rurales—en El Alto es también común que mucha gente, en una misma zona o incluso en la misma calle, vivan lado a lado sin apenas conocerse y participando poco en las asambleas de vecinos. Como en toda ciudad, se entrelazan y superponen entonces otras muchas redes de comunicación entre individuos de barrios distantes, que ya no se basan en la cercanía física sino en otros criterios como parentesco, ocupación, culto, estudio, grupos juveniles, etc. El teléfono celular ha pasado así a ser un instrumento clave y bastante asequible.
En síntesis, desde ambas perspectivas y en ambas direcciones la ciudad de El Alto funciona como una “bisagra” intercultural y catalizadora entre La Paz y el Altiplano.
Esta condición ha fortalecido también la “incidencia política” de El Alto, con ciertas oscilaciones en vaivén. Desde el retorno de la democracia al país en los años 80, sus electores mostraron primero oscilaciones entre la derecha e izquierda con una preponderancia de las opciones populistas, porque les ofrecían obras y servicios.
Con la emergencia de Evo y el MAS desde el 2002, ello llevó incluso a una fuerte polarización interna tanto entre barrios, por sus diferentes historias y opciones, como en cortos períodos temporales. Por un lado, El Alto se ha caracterizado con la gran ciudad revolucionaria, con un toque muy étnico, sobre todo desde octubre 2003. Después de unos primeros bloqueos respondidos a bala en el campo, El Alto pasó a ser el gran protagonista de las movilizaciones y sufrió la mayor parte de las 60 víctimas fatales y 400 heridos de la represión por el ejército, todas ellas del mismo bando y desarmadas; acaecidas sobre todo el 12 de octubre “día de la hispanidad”(!). Acompañé en la calle el velorio de una muchacha llegada del campo unos meses antes. Me subieron a la azotea de su casa, donde la chica había amontonado dos ladrillos para alcanzar a ver lo que ocurría en la avenida. Cuando llegó a sacar la cabeza, una bala de guerra le reventó la cabeza, dejando un mechón de cabello en el otro lado de la azotea como testigo de su paso. Unas cuadras más allá, en un templo estaban velando a un joven y a un anciano desconocidos, que habían traído en carretilla....
Tanta represión no acobardó sino más bien enfureció a los alteños. Organizados por juntas vecinales cientos de miles de alteños confluyeron como una inundación, desde diversos puntos al centro de la ciudad de La Paz. Fue como una reiteración acelerada del cerco colonial de 1781. Esta vez contaban además con la simpatía de muchos habitantes de La Paz y otros, como los cooperativistas mineros, y fue victoriosa. Al final el ejército levantó también las manos, Sánchez de Lozada renunció y huyó. Desde entonces se ha consagrado el grito de los alteños: “El Alto de pie, nunca de rodillas”.
Pero, por el otro lado, ya entonces otros sectores y barrios alteños, efectivamente, no participaron. Uno de sus principales exponentes, hijo del primer alcalde y ahora alto líder de la oposición interna de UN, considera que la perspectiva anterior refleja sobre todo la perspectiva de “una minoría de dirigentes” que “sólo imponen [sus] decisiones intolerantes” y que “en nombre del corporativismo vecinal saludable comete excesos”. Hay que reconocer que, tras la catarsis de octubre 2003, USAID—entre otros—volcó muchos más recursos a la alcaldía para calles y otra infraestructura básica. Desde 1999 la alcaldía estaba en manos del populista Pepelucho Paredes, inicialmente del MIR desde 1999, pero que, con los sucesos de 2003, se descolocó de aquel partido, marchó con los alteños rebeldes y fundó su propio partido, “Plan Progreso” [PP]. Por esa razón más pragmática y/o por otras más ideológicas o políticas, de hecho en las elecciones municipales de diciembre 2004, la misma ciudad que el año anterior se había sublevado, reeligió como alcalde al Pepelucho y su flamante PP por un contundente (53%) frente a sólo un 17% del MAS; y, un año después, en diciembre 2005, mientras un 77% votaba por Evo Presidente, Pepe Lucho se imponía de nuevo en El Alto para ser prefecto, aliado esa vez con el derechista PODEMOS (refrito de ex ADN+MIR), aunque ya con muy poca diferencia frente al MAS (39% vs 38%).
En los años siguientes, como en la mayor parte de la región andina, Evo y el MAS han dominado la escena política en El Alto: en diciembre 2009 Evo y el MAS consiguió el control de la nueva Asamblea Legislativa Plurinacional por más de dos tercios. El Alto esa vez reeligió a Evo y a sus parlamentarios con un inaudito 87%, porque los cuatro últimos años fueron de bonanza, bonos y relativa tranquilidad.
Pero a los cuatro meses, en las elecciones municipales y departamentales de abril 2010 ya aparecieron algunas grietas, en parte porque el anterior triunfo encandiló al MAS y le hizo perder de vista que los escenarios locales siempre son distintos. Precipitó la rotura de su anterior alianza con el MSM, fuerte sobre todo en La Paz. En El Alto el MAS ganó por fin la alcaldía pero sólo con un 39% dejando atrás a su anterior aliado MSM (24%). Pero la gran sorpresa la dio la desconocida “Sole” Chopetón (UN) de apenas 30 años; en febrero las encuestas apenas le daban un 2%; en marzo subió al 18%; el 4 de abril logró un 30%. Los otros dos candidatos eran conocidos ex dirigentes de la FEJUVE, con toda su red de compadres y seguidores vía prácticas prebendales. En la calle la gente decía que debían escoger entre un “cholero” y un “ratero”; y por eso un grupo significativo optó por la Sole, que apeló a serwarmi (mujer), joven y estar al margen de las clásicas componendas.
Apenas ocho meses después, a fines de 2010, el gobierno dictó sorpresivamente un decreto que subía de golpe el precio de la gasolina en un 83% sin notables medidas compensatorias para la mayor parte de la población. Apeló a razones económicas probablemente válidas para hacerlo, como la poca competitividad entre los bajos precios locales y los más altos de los países vecinos, lo que estimulaba el masivo contrabando y otras distorsiones. Pero ello generó enseguida subidas descontroladas no sólo del transporte público sino también de alimentos y otros productos y las primeras protestas masivas incluso en sectores que hasta entonces habían sido muy leales al proceso, incluido El Alto. Sólo algunas cúpulas sobre todo rurales del movimiento popular aceptaron las razones dadas. Pero el desencanto, protesta y pérdida de credibilidad en un gobierno del que tanto habían esperado y tanto prometió fue tan general, que el mismo Evo en persona, una hora antes de las celebraciones de Año Nuevo, retiró el decreto apelando a que debía “gobernar obedeciendo al pueblo”. El nuevo planteamiento fue que la medida era necesaria pero el momento y el modo no eran oportunos. Todo se calmó en lo inmediato y los cohetillos de Año Nuevo fueron también de alegría por la marcha atrás realizada. Pero, pese a los esfuerzos gubernamentales para revertir la nueva situación desfavorable, la caja de Pandora ya se había abierto para no cerrarse.
Ya no fue posible retornar a los precios anteriores ni parece tampoco viable volver al enamoramiento previo. No sólo la oposición sino también muchos sectores populares re-descubrieron que su viejo estilo de marchas, bloqueos, etc. para lograr sus mejoras, por lo general sectoriales, seguía válido. El siguiente globo sonda lo lanzó en abril la antes alicaída Central Obrera Boliviana (COB) con un paro general indefinido y movilizado. La principal demanda expresada eran mayores compensaciones salariales. Otra motivación oculta de ciertos dirigentes era fortalecerse internamente en vísperas de elecciones sindicales. En concreto los previamente combativos sindicatos de maestros y del sector salud, los años anteriores se habían mantenido tranquilos y aquel fallido decreto de diciembre les daba una compensación salarial del 20% para mantenerlos así. Pero lo perdieron al derogarse el decreto. Después el gobierno sólo concedió un aumento general salarial del 10% a ellos y a otros. Pero estos sectores movilizados exigían un 15%. Al final sólo lograron subir al 11% con promesa de un 1% más si, tras un estudio conjunto, se lograba encontrar recursos para ello. En este sentido se fortaleció más el Gobierno que la COB.
¿Cómo reaccionó esa vez El Alto? Significativamente todas las movilizaciones, con el consabido bullicio de petardos mineros, confrontaciones con la policía, etc. afectaron sólo a la ciudad de La Paz, aunque varias marchas se iniciaban en El Alto e incluían a maestros, etc. de dicha ciudad. Pero El Alto como tal esta vez se mantuvo tranquilo como una taza de leche sin interrumpir siquiera las clases en muchos de sus centros escolares. “¿Por qué?”, pregunté a un grupo de jóvenes, y me respondieron: “Es que aquí pocos somos los asalariados”.
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